viernes, 29 de diciembre de 2006
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sábado, 23 de diciembre de 2006
jueves, 21 de diciembre de 2006
Too mine
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martes, 19 de diciembre de 2006
De texto

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Parte de una página de un libro de texto -Lectura- de Jaime Durany y Bellera editado en 1933 por Publicaciones de la "Escuela Cervantina", Enciclopedia Escolar, que me he encontrado por ahí. 
Es alucinante. Ah, se titula "Travesuras".
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lunes, 18 de diciembre de 2006
domingo, 17 de diciembre de 2006
Fetiches
 Tengo unos cuantos, fetiches, y todos son de pequeño tamaño -menos mal- y guardan cierta estética que un buen macro ayuda a apreciar. No significan nada -salvo uno que son dos- pero no me piden de comer y posan muy bien. Me los he ido encontrando y no me sobreviven, snif, todos los que fueron y he olvidado del todo.
Iré poniendo, por mal que suene, más.
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Mañana
En realidad debería titularme "Ayer" porque en una de las primeras entradas de este sublog -#- ya puse seta. Ha sido un poner. Acabo de leer por azar de qué clase se trata, qué nombre recibe y  con qué sobrenombre se la conoce. Seta de los escritores, que es la que más coloca. Lee.
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sábado, 16 de diciembre de 2006
Al pormenor
Ya he vuelto a hacerla. Por ajustar y que no quedasen diferentes distancias entre mis KRARRANKS he dejado algunos sin enlace, no llevan a ningún sitio. Para compensar semejante pérdida voy a reunir, aquí, en esta entrada, recortes de lo que he ido apreciando cuando me quedaba pillado perdido entre sus detalles. 
Todos son fruto del azar, aunque cada vez menos. Bellos no sólo por simétricos, sino por ser tan sugerentes como ambiguos. Tan distinta cosa de lejos que de cerca.
Pienso cada vez más en ellos al disparar y tampoco es eso. Se me irá pasando.
Mientras tanto, me pongo a la compensación. 
Mañana mediante.
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viernes, 15 de diciembre de 2006
jueves, 14 de diciembre de 2006
Ramón

Ramón me ha mandado un par de fotos. Madrileñas ellas.
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miércoles, 13 de diciembre de 2006
Again, and again...
13-12-06. Hacia las 07:50 caminaba hacia la salida de la estación de Atocha. Llevaba prisa, me esperaban y no podía retrasarme. Han decorado la cúpula rodeando las columnas que la sustentan con cable de lucecitas. "Anda", me he dicho, "Voy a sacarles una foto, que no tardo nada". En ello estaba cuando a mi espalda oigo un "Oiga, caballero", que hace que me gire a la tercera, ¿por qué habría de ser a mí? Un empleado de seguridad se me dirige con el consabido "No se pueden hacer fotos". Le acompaña un paisano, supongo que colega en tránsito. Les cuento que ya he estado en Atención al cliente y me han dicho que sí que puedo, y que la próxima vez se lo pediré por escrito. Con tono agresivo y autoritario insisten en que no. Que si les acompañe, que si la estructura, que si puedo quitarte la cámara...
Ahí me callo. "Vale, vale", y he salido zumbando. No podía entretenerme y me estaba encendiendo por momentos.
Voy a escribir a Renfe, a su correo electrónico, para que me aclaren de una vez por qué no hay carteles avisando de que no se pueden sacar fotos; o, si se puede, por qué los seguratas se dedican a molestar a pacíficos ciudadanos que tan sólo quieren llenar tiempos muertos con algo que llevarse a la boca al volver a casa.
Talosgüevos, oiga. Menuda seguridad hay en Atocha, precisamente.
En fin, me sirven como excusa para hacer Literatura Universal.
Colgaré su respuesta, si es que la tengo, en cuanto llegue.
La causa, ésa que ilustra, of course, en mi portada de hoy. Multiplicada aquí y en KARRANKS.
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martes, 12 de diciembre de 2006
lunes, 11 de diciembre de 2006
domingo, 10 de diciembre de 2006
Supervisor

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De lo que viene, se nota que no piso la calle. Espero no aburrirte demasiado.
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sábado, 9 de diciembre de 2006
viernes, 8 de diciembre de 2006
jueves, 7 de diciembre de 2006
miércoles, 6 de diciembre de 2006
martes, 5 de diciembre de 2006
Piratas de verdad

Para los constructores de "futuro", como alguno que desgraciadamente me sé. Ahí te estrelles con el carrazo que te has comprado con lo que no te gastaste en hacer bien las casas. Mierda de acabados, mierda de fachada, mierda de empotrados... y a precio de mercado como si estuviesen bien. Y eso que es nuevo...
En Mallorca, claro. Me lo haré mirar... no passis pena.
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Asco
Barceló, cuánta razón le asiste, en Diario de Mallorca. Qué pena de tierra con esos "pocos" -y tan pocos-, Matas dixit, elementos. Voy a recortar su "chiste" para hacerles una bandera que los represente no sólo en Mallorca. Si tiene alguna pega, no gano nada con ello; es que me parece genial lo de las grúas.
Desde Madrid, que es un bosque de grúas, con toda la rabia del mundo.
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lunes, 4 de diciembre de 2006
Registros
Cada vez que veo un sellito de estos lo fotografío. La verdad es que no tengo ninguna buena razón para hacerlo como no sea porque me gustan. Colgaré algún otro, no son iguales. Éste está frente a una de las entradas del Retiro. El que enlaza, no. Este otro, en Carabanchel.
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domingo, 3 de diciembre de 2006
La estética de la ética
La que ilustra pertenece a la portada de un libro que no creo que encuentres por aquí, al menos en esta edición. Es un regalo de viaje y viene de Cuba. Está escrito enteramente por mujeres latinoamericanas. Cubanas, puertorriqueñas y dominicanas. Entre estas últimas hay una, Ligia Minaya, que me ha dejado tiritando con su narración El abuelo impropio. Como no es muy larga la transcribo entera, aunque podría, simplemente, enlazarla:
Asomado a la puerta entreabierta, Ybraim Hassan me esperaba ansioso aquella  tarde, y yo sigilosa, muy pegada a las paredes exteriores de la casa, me  deslicé, con el corazón palpitante casi a ras de la garganta. Tan pronto alcancé  el olor a vetiver que salía de su cuerpo, me alcanzaron también sus brazos y su  boca en un abrazo tranquilo que calmó mis latidos y un beso tibio que me llevó a  los umbrales de un iniciado placer reconfortante. Así me recibió aquella tarde  que se marcó en mí como una herida luminosa por donde manó luego un río de  recuerdos al que recurro cada vez que quiero abrevar mi sed de calma y curarme  las heridas que me infligió la vida.  
Alumbrada con velas de aromas y colores  diferentes e inciensos con fragancia de sándalos y rosas, toda la casa parecía  un altar preparado para un ritual pagano. Sus manos arrugadas y suaves, de  largos dedos experimentados en caricias, me fueron desnudando. Y con la  paciencia ancestral de un abuelo que va reconociendo las partes de un cuerpo de  mujer que ya creía olvidado, tanteó cada ladera, cada cumbre, cada hueco, cada  colina. Yo tenía trece años y él contemplaba cada tramo desvelado como quien  palpa una reliquia. Como un tesoro que lo deslumbrara. Lo vi temblar de codicia  al saberse único dueño de riquezas recién descubiertas e intocadas.  
Ya  desnuda, ungió con aceite de nardos mis cabellos. Y siguiendo como un peregrino  el sagrado trayecto de mi cuello, con la misma caricia, continuó sin detenerse  la ruta de mi espalda. Mi piel se estremecía al contacto de la tibieza de su  mano. Me miró. Se alejó unos pasos a contemplarme, como un escultor que necesita  la distancia para perfeccionar su obra. Vi en sus ojos la admiración complacida  que le jugueteaba en la mirada. Volvió a mi lado para continuar su creación y  con un sosegado andar de ungimiento iba de mis pechos a mi vientre hasta  alcanzar mis muslos y mis piernas, así logró dar un brillo aromático a mi cuerpo  que ya pedía la inevitable entrega.  
Pero faltaba más. Me alzó en sus brazos  y me depositó en un lecho de rosas rojas esparcidas que cubrían todo el espacio  de la cama. Entonces, entibió en su aliento unas gotas de esencia de jazmín  tomadas de un bello frasco color violeta y separando mis muslos, restregó con  infinita paciencia el Monte de Venus y la hendija secreta de mis labios  silenciosamente escondidos. Ya ungida de aromas, con las luces de las velas  haciendo filigranas de claroscuros por toda la geografía de mi piel, puso en mi  cuello un hilo de oro puro, en mis tobillos y brazos ricas pulseras y anillos  con piedras preciosas en los dedos de mis manos y mis pies. Complacido, volvió a  alejarse para contemplar su obra. Se desnudó entonces y, sin dejar de  contemplarme, se acostó a mi lado. Su respiración me llegaba jadeante,  entrecortada y su inútil sexo se perdía en los pliegues de sus muslos. Ybraim  tenía entonces ochenta años y con él aprendí a conocer el manejo de las riquezas  de mi cuerpo.  
Inclinado sobre mí, posó en mi vientre sus labios y cuando  creí que iba a lamerlo, dejó escapar de su boca una esmeralda hermosa,  reluciente que húmeda por su aliento cayó en la oquedad cóncava de mi ombligo.  La sentí encajar, deseable, perfecta, y una vorágine de placer, de sensaciones  encontradas y hasta ese momento para mí desconocidas, me recorrió toda.  
La  claridad oscilante de las velas, capturada por aquella gema, se paseaba por el  techo y las paredes como un reguero de fosforescentes lentejuelas verdes. Hice  ondular mi vientre y aquel juego de luces adquirió un resplandor inusitado. Yo  estaba feliz y él me miraba complacido. Cautivado, seguía con la mirada todo ese  espectáculo de luces y colores. Me volví hacia él y lo besé despacio, saboreando  sus labios y su lengua que sabían a hierbabuena. Respondió a mi beso. Sentí la  sinuosidad de su experimentada lengua al mismo tiempo que sus manos rozaban mis  pechos y pellizcaban mis pezones hasta dejarlos enrojecidos y turgentes. Apartó  su boca de la mía y sin dejar de acariciarme, muy quedamente me recitó al oído:
“He aquí que eres hermosa, amiga mía,
 tus cabellos son como manadas  de cabras  que se recuestan en las laderas de Galaad.
Tus dientes como  manadas de ovejas, tu habla hermosa.  
Tu cuello como la torre de David.   
Tus pechos como gemelos de gacela  que se apacientan entre lirios.
 Miel y leche hay debajo de tu lengua.  
Y el olor de tus vestidos como el  olor del Líbano.*   
A medida que recitaba aquellos versos fue bajando, con  morbo embriagador, su nevada cabeza hasta encontrar el monte del gozo más  exquisito que, resguardado de rizos ya empapados de aceites y olores gratos, se  confundía con el calor de mujer enardecida que escapaba de mi sexo y lo esperaba  en rítmicas oleadas de deseo. En esa selva entrelazó los dedos y separó las  dóciles hebras humedecidas. Mi clítoris se abrió paso como un botón de rosa  tocado de rocío en la hendidura palpi-tante y estremecido por la magia de las  caricias, se ofreció pleno y desnudo ante la lengua que lo buscaba ansiosa.  Cuando creí ascender a la conmovedora cresta donde se toca el cielo con el alma  y se nos escapa en gemidos desgarrantes, él alzó mis nalgas en el cáliz de sus  manos grandes, hundió sus labios en la mojada y escondida herida, movió la  lengua como un virtuoso que saca insospechadas notas de un instrumento musical  convertido en milagroso y recibió el zumo dulzón de mis entrañas. Después de  saber que yo había llegado a la cima convirtiéndome en polvo de mil estrellas y  sentir que lentamente descendía, reclinó su cabeza sobre mi pecho, me abrazó con  fuerza y murió.
*Versos de El Cantar de los Cantares. 
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Made in Japan
Mogollón de imágenes de esos industriosos sujetos. El enlace sacado de aquí, como tantos otros. La foto, su ocio.
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Ciutat
Cinco minutos de diferencia. Subo otras cuatro al Flickr del vecino atípico. Las típicas estampas..jpg)
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